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Busqué afanosamente la felicidad
y al verla un día de intensa primavera,
me cegó su belleza y profundidad.
Pude sostenerla como jazmín amado
entre mis manos,
pude cantarle junto al mar mi dicha,
también mi sobresalto.
Pude adormecerme, sin miedo, en su regazo
y soñar la realidad de un sueño eterno:
ser contigo estrella, alas de luz, faro.
Existir por fin, desde el amar,
razón de sol para habitarnos,
ser contigo, el suspiro cautivado,
una sola historia del aquí y del ahora,
sin las espinas del pasado.
Una sola tecla de almas sincronizadas
en la sinfonía de nuestro piano.
Pude volver a tenerte
cuando el viento del milagro
te trajo a mi lado.
Y por fin renacer, después de un hibernar
moribundo.
Pero el dulce impacto de tu alma- luciérnaga
adentrándose en mi sombrío bosque de
soledades y aislamiento,
-por gozo inesperado y sensibilidad
ante el regalo de un ansiado paraíso-
me hizo huir una vez más,
deseando a su vez con el alma desnuda
ante ti, ser retenida.
Y entonces, pese a la tibieza de un beso
inmaculado, no logré grabar en tu corazón con mis silencios,
ahora con mis olas que de tan altas, son mi sepultura,
todas las letras perennes de un sólido te amo.
¿Podrás perdonar, amor, las ondas de dolor
que en tu fuente de paz, te generé,
por miedo, por falta de fe
en no creerme merecedora de tanto
caudal de amor que brota de tu puro
corazón, pudiendo los dos sembrar
nuestra anhelada tierra prometida?
Si vuelves, aquí estaré,
aguardándote en el espacio
de las lunas secretas.
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