—Ven, vamos a lo alto de esa sierra a contemplar cómo Dios
pinta los cielos—exclamó el alma
—Pero estoy algo cansada—expresé yo.
—La subida no es muy alta. Cuando menos te lo esperes, ya
estaremos en la cima.
—Está bien. Subamos…
Los rosáceos de la tarde comenzaron a hablarnos. Se
entremezclaban con el violeta. Volaban en ráfagas de luz los recuerdos.
—¿Dónde están aquellas palabrasque un día vistieron de sueños mis ojos?
Traían esperanza pero se esfumaron como estos mismos colores que tambiénperecerán.¡ Sublimes las metáforas del amor y
a su vez, cuántas espinas contiene!
—Eran hijas de un momento. Mariposas en el aire de un
susurro. Ecos de las flores— no su esencia— para alegrar tus primaveras. No
estaban destinadas a quedarse y a ser valientes, cuando el invierno de la
imperfección asomase para dejarnos desnudos frente a las mutuas sombras.
—Si es así, alma sabia, me despido de ellas. Prefiero estos
silencios.
—En la aparente mudez de los mismos, también existen las
palabras.
—¡Únicamente en ellas creo!
—Ahora mismo se van asomando. Pueblan la noche, luego de la
fugacidad de todos los instantes vividos que no supieron vocalizar lo eterno,
aquello más comprometido.
Palabras- luz que no llevan en sus manos el halago vacuo
sino el sentimiento más puro.
Palabras-faro que nos acompañan en todas nuestras travesías,
niña mía, sin defraudarnos.
Palabras que no van enamorando porque ellas mismas son el
Amor.
La escena transcurre en una ciudad en ruinas por
la guerra. Los dos personajes están a la intemperie e intentan dormir, pese a
los incesantes bombardeos.
Madre:
—Nos han dejado aislados y sin
alimento, mi pequeño. No hay una sola estrella en este firmamento de horror.
Así es la guerra, cruel y despiadada con los que nada hemos hecho.
Niño:
—¡Sí que las hay, mamá! Están danzando
ahora mismo. ¿No las sientes? Hasta me hacen cosquillas.
Madre:
—¿De qué hablas, mi dulce ángel? Mejor
duérmete en mi regazo. Son las alucinaciones por el hambre, el frío, el miedo. Escalofriante
desvarío del mundo que nos deja aislados. Somos olvido.
Niño:
—¿Cómo podría dormirme, sabiendo que
este momento es irrepetible? ¿De veras que no oyes las campanitas en el alma?
¡Dan ganas de cantar…!
( Los sonidos de las bombas se agudizan más y más)
Madre:
—¡Calla, mi niño, no sigas…me estás
asustando!
Niño:
—¿Mami?
Madre:
—Dime…
Niño:
—¿Te asusta el amor?
Madre:
—Pero: ¿de dónde sacas esas cosas…?
Niño:
—Porque es tu amor el que me salva, es
tu amor en forma de mil estrellas que besa mi corazón ymis sueños.Ya puede estar oscuro allí afuera, pero aquí, entre tus brazos, el iris
de Dios nos ilumina. Cantemos, mamá, cantemos hasta que sientas que la noche es
un capullo perfumado que nos envuelve y cobija. ¿Ya huele un poco a rosas, lo
ves? Rosas blancas, nacientes. Se abrirán cuando estemos dormidos…
Madre:
—Apenas tengofuerzas para llorar pero tus palabras me
emocionan, mi niño blanco.Siempre supe
desde que te tuve en el vientre, que ibas a ser especial, distinto a la mayoría
porque ese mismo aromaa rosas de las
que me hablas, lo llevo por ti y desde ti, en mis venas. Durmamos, envueltos
con el más hermoso abrigo de la ternura…
(Se produce
una explosión justo donde dormían, madre e hijo)
Acto II
Cambio de espacio: el Paraíso
Niño:
—¿Mami, estás ahí? ¡Se han abierto por
fin las rosas…ya podemos salir!
Madre:
—Aquí estoy, a tu lado, mi vida. Y todo
es fragancia y blancura, como me has dicho sabiamente. Y hay más amor para
los dos del que jamás habríamos imaginamos.