Donde quiera que estés,
-amor dulce y bueno
como este manto suave del alisio
que me cubre-,
donde quiera que respires
el cosmos de aire límpido
que te trae mis jazmines,
allí, para vivirte, estaré.
Receptiva para acunarte
todos los sollozos de los tiempos
y besar hasta diluir la oquedad gris de los silencios.
Mirarte sin perturbar siquiera
esa paz de luz que en rezos de calandrias
busco, como amor verdadero.
Donde quiera que la aurora
haga su nido
en el eco de latidos que al unísono
se nombran,
despertaré para reconocerte.
Y la lánguida espera de izar las mutuas velas
en ese azul de comprometido horizonte,
se volverá crisol,
lumbre encendida de cercanías profundas
y manantial de eternidades.