Las ausencias me atraparon en
sus redes, quebraron mis ramas al vacío y confiscaron mi alma a los destierros.
¡Cuánto daría para que el amor te trajera entre remos de rocío y estuvieras a
mi lado, sin despertar jamás al alba!
La torre ahoga mi grito de amor
en sus cristales.
Quiero asir el beso de tu manos
en mi arena desierta de caricias. Quiero darte el latido de mis bríos en
inmensas olas de amapolas, y repetir incesantemente el ciclo del preludio, el
intermedio y la gloria.
Seguirte en la estación de lo
sereno, en ese otoño ocre del susurro, en esa primavera cómplice de ideas,
arrebatos y alegrías mágicas.
Deshaz el acertijo que me aisló
a estos mármoles tan silentes e hirientes. Construye con tu aliento de
esperanza, la estrella que nos vuelve manto y firmamento.
Amor, tengo sed de ti y
desfallezco. ¡Son tantas las horas del desvelo en la oscuridad mortífera del
silencio, que temo enloquecer si no te sueño!
Sangran los ojos por no verte.
El tiempo del desierto lacera mi corazón que no desiste. Eterna tortura la mía
de nacer y amarte, antes de encontrarte.
Y pasarán los siglos-
separaciones insufribles-, y las nubes serán sólo escarcha. Y aún en los
inviernos más temidos, imploraré tu abrigo para cobijarme en tu hermosura.
Amado mío...ya viene la
dama negra y me hechiza, me colapsa. Pero desde esta ventana roja por el río
de la rosa en infortunio, volaré hasta ti si la muerte me alcanza.
Y será la aurora, entonces, el
símbolo de mis venas anhelantes, las que pinten con estela las mañanas
nuestras en romance.