Un entregado piano, testigo de nuestra tarde,
fue el portal de luz donde las mariposas
en alto vuelo, tejieron encajes de amor
para nuestro cielo.
Hablaron los ojos
-arcoiris de deseos y secretos-,
y contestaron las voces excelsas de las auras.
Fundidas desde el extravío de los siglos
pero allí, más tangibles,
en la danza de los círculos azules
y la frescura de las magnolias.
Sonrisas temblorosas que dejaron escapar
bandadas de ternura, mientras las manos
recrearon los rostros desdibujados
en tiempos de
distancias.
Labios en el reino inmortal del beso.
Almas vestidas por el crepúsculo
con el granate de los mil abrazos,
de los susurros vueltos mantras
para continuar con valor los caminos.
Y la mutua lágrima que contuvo un :“Vuelve
pronto a mí, amor”,
es la nívea rosa que nos mantiene vivos.