Invitación de los astros al peregrinar del alma por los bosques lumínicos de las verdades ulteriores, disolviendo junto a ellas las propias sombras. Fascinante viaje que tiene un retorno: volver con más transparencia a la matriz de la divina estrella.
Escalar, caer y retomar el sendero, avanzando en la medida en que aprendemos de la vida, sus secretos y lecciones. Leer en el violín del viento los signos de nuestro ahora, interpretando los celestes mensajes cuya voz y caricia, son perceptibles sólo en las auroras.
Estar despiertos para dilucidar sin premura, nuestro propio mapa de viajeros.
Llorar lo que pudimos haber sido y por miedo, no fuimos. No llorar aquello imposible por ajeno a nuestro destino. O llorarlo en parte a solas, en el claustro de nuestros versos, lienzos, pentagramas.
Sonreír, aún cuando la tarde de lo incomprensible sea una paradoja. Porque el humor tiene matices divinos.
Y amar como el mar ama la orilla, como el ser cuando desnudo en gloria y vanidades- siendo íntegro en su esencia- ama por entero a su igual: otro peregrino.