Una ráfaga de sabia coincidencia los acercó en medio de la
lluvia. Ambos llevaban la prisa del mundo en sus pies pero los detuvo el choque
de dos paraguas.
―Oh, lo siento- dijo ella. ¡Siempre ando despistada!
―Ha sido un descuido mutuo- contestó él con una sonrisa.
De repente, la ráfaga se volvió viento indomable y las manos
de ella soltaron sin querer el elegante paraguas.
―¡No! Era mi paraguas favorito― expresó con mucha pena. ¡Mira
cómo el viento lo destruye!
―Compartamos el mío―respondió él muy seguro.
―Bueno, gracias. Es hasta cruzar la calle…Luego me compraré
otro.
―Ya puedes comprarte cientos que se perderán cuando el
viento venza el pulso entre tus manos y él. ¿Por qué te afliges tanto?
―¡Porque es la primera vez que me sucede!
―Para mí también es
la primera vez.
―No te comprendo.
―La primera vez que
encuentro a alguien que le teme tanto a la lluvia…
―No es por la lluvia sino por la situación.
―Sucede que también construimos paraguas imaginarios aunque
no llueva. Es nuestra protección contra todo lo extraño que nos pasa. Pero lo
extraño en apariencia es lo verdaderamente mágico de la vida. Tú y yo, dos
desconocidos. Sin nombres y sin embargo, podemos elegir todos los nombres de
los árboles. Te llamaré Arce.
―Eres un tanto peculiar. Poeta o algo así. ¿De dónde has
salido?
―Del mundo que tú misma has soñado.
―Te confesaré algo: hace días tuve un sueño con un poema de
John Keats y es probable que tú seas el
ruiseñor.
―¿Lo ves? Nada es por azar.
―Tienes razón. El sonido de tus palabras es un canto
perenne.
―Arce y ruiseñor. Hermoso poema para un comienzo.
―Y la lluvia que ha hecho a nuestros ojos, también hablar.
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