—Ven, vamos a lo alto de esa sierra a contemplar cómo Dios
pinta los cielos—exclamó el alma
—Pero estoy algo cansada—expresé yo.
—La subida no es muy alta. Cuando menos te lo esperes, ya
estaremos en la cima.
—Está bien. Subamos…
Los rosáceos de la tarde comenzaron a hablarnos. Se
entremezclaban con el violeta. Volaban en ráfagas de luz los recuerdos.
—¿Dónde están aquellas palabrasque un día vistieron de sueños mis ojos?
Traían esperanza pero se esfumaron como estos mismos colores que tambiénperecerán.¡ Sublimes las metáforas del amor y
a su vez, cuántas espinas contiene!
—Eran hijas de un momento. Mariposas en el aire de un
susurro. Ecos de las flores— no su esencia— para alegrar tus primaveras. No
estaban destinadas a quedarse y a ser valientes, cuando el invierno de la
imperfección asomase para dejarnos desnudos frente a las mutuas sombras.
—Si es así, alma sabia, me despido de ellas. Prefiero estos
silencios.
—En la aparente mudez de los mismos, también existen las
palabras.
—¡Únicamente en ellas creo!
—Ahora mismo se van asomando. Pueblan la noche, luego de la
fugacidad de todos los instantes vividos que no supieron vocalizar lo eterno,
aquello más comprometido.
Palabras- luz que no llevan en sus manos el halago vacuo
sino el sentimiento más puro.
Palabras-faro que nos acompañan en todas nuestras travesías,
niña mía, sin defraudarnos.
Palabras que no van enamorando porque ellas mismas son el
Amor.