Ya no me invoca
a deambular a ciegas
la bruma de la nada,
porque tengo el sendero de tu estío.
Extraviarse ya no es sórdido destino
cuando en tu ser fundo
jubilosa, mi morada.
Y aún desoída la plegaria del encuentro
-soledad de los ángeles
en la tierra de los desafíos-,
sólo en tu nombre
-sacro nombre-,
sobrevivo.
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