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A un sentir milenario de amor, donde no puedo ni sé
acallar su eco.
Te llevé conmigo al nido donde reposan las olas.
Allí te hablé de un sentir que no se apaga,
del intento fallido por no grabar tu nombre
en el camino que van dejando mis gaviotas.
Allí lloré junto a tu rostro vuelto bruma,
buscando tu beso furtivo,
en medio de la sal y las escamas.
¡Cuánto amor que vieron las estrellas
en el sol de las miradas y ahora,
el mar embravecido oculta tu voz,
como mudo y punzante es el olvido!
Te llevé conmigo en la sangrante tarde
de latidos huérfanos,
y aunque tus pasos ya no estén
junto a los míos,
son el aire, sal, caricias de amor marino
para este andar a solas.
Te llevo eterno conmigo,
mientras se atragantan con la tarde rota,
a la vez,
todos mis sueños vencidos.
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