Se borraron las huellas de un edén esquivo
por la densa neblina del silencio.
Y murieron los cascabeles de la tarde.
Calandria perdida, del maizal alegre
a una ola sin corales,
con ese frío de sal marina en el osario del alma.
Se columpian en la sombra del pálido suspiro
todos los huérfanos caminos
sin versos de amapolas,
mientras la nada errante
da giros, planeando en el vacío.
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