Regresaste con el suspiro de un amanecer y flores de promesas en tus manos.
Te creí. Navegué junto a ti en mares de inconmensurable dicha. Resucitaron nuestros soles y retornó la voz honda del alma, antes moribunda, al pronunciar el vocablo perdido llamado felicidad.
Pero de repente, una ráfaga de miedo hizo que dejaras de remar y huyeras, matando así con tus veloces pies de ocaso, mi aire y también mi verso.
Ni una sola razón tuve de ti para llorarla juntos. Muy injusto. Sólo una súplica: que jamás olvide que me amas. Pero tu amor y el mío no conviven en el mismo azul de los compromisos. ¡Porque amar no es huir ante el primer vendaval que por otro lado, era vendaval de plenitud!
Busca estrellas de madurez en tus nuevos trayectos, viajero. Las necesitarás para no volver a herir a una gaviota que creyó en los colores de tu palabra y esperó ver la nobleza de tu amor en la siembra.
No hay reproches. Los hados nos mostraron las señales para que vivamos este espejismo y extraer sabiduría que se aloja también en el violáceo de las lágrimas.
Vuelvo a la serenidad de las mareas interiores. Reconstruir la esperanza de volver a confiar en el amor que es simiente de verdad y no defrauda.
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