Abanico de senderos profundos,
de mar sinuoso, apasionado y vivo
en la danza de los ojos.
Suenan en intimidad de luces
los oboes:
iris de dos templos.
El verbo es bosque de diálogos
ancestrales.
Dulce quietud que instaura infinitos.
Mimo lumínico,
caricia abarcadora en la pleamar
del amor enraizado y del deseo.
¡No existe mejor nido
que el albor de nuestras miradas
eclipsadas!
Primer beso.
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