Tembló mi alma
ante la luz efervescente de tus ojos.
Era el destino,
la prueba de mi fortaleza
y el llanto de la rosa.
Un Amanecer ambarino entre las ramas.
Una ráfaga lastimera de esperanzas.
¿Cómo huir, entonces,del embrujo de tu luz
que iba aclarando los contornos
sombríos de mi senda solitaria?
¿Cómo invocar al olvido
entre el alba de lo inesperado y el ocaso,
si en el suave violín de tus palabras
nacieron, inocentes,
mis sonrisas y gardenias?
Tembló mi alma
ante la efervescencia de tus ojos.
Y no pude más que despedirlos
-es la dignidad de la rosa-
por ser viajeros que hacen nido
en otras aguas.
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