lunes, septiembre 01, 2014

El camino de las palabras



Durante décadas seguí el camino de las palabras melancólicas. Lo que obtuve fueron pasos abatidos y tristes, sin escuchar ese daño autoimpuesto como daga a mi corazón.

Luego vinieron los interminables caminos de adioses y nostalgias. Allí la voz de mi alma casi perece, enredada en una maleza de recuerdos que quise perpetuar, más allá del evidente olvido.

Por milagro a la palabra amor que engendra más amor al pronunciarla, hallé arcoíris de sabiduría en el verdor de los caminos. Flores, bosques, abrazos, perdones que forman parte del pulso de Dios donde mi alma con ellos está unida.

Brota temblorosa la lágrima y llora empecinada, a solas, cuando el cristal de las emociones no refleja gratitudes a cada una de las experiencias de vida. Se llora la queja de lo que pudo haber sido y no fue. Es un llanto que se enclaustra a sí mismo.

Si el impulso por escribir me lleva a crear nuevamente bosquejos violáceos de tristeza, dejaré la pluma hasta que la inspiración retorne al paisaje de la elocuencia humilde. Me tome el tiempo que me tome para lograrlo. Cierro las puertas de todos los pesares y renazco con el alba de las transformaciones internas.

Un mantra nuevo surge, después de haber comprendido el significado ulterior del sufrimiento en mí:


*Que mis palabras se vistan de la fortaleza y el coraje de los tigres. Que fluyan como manantiales de profunda alegría, la de sentirme arropada y bendecida por el universo. No existe la soledad cuando los otros son parte de nosotros mismos y nosotros de ellos. Humanidad es común unión, no escisión.

*No quiero el verbo que se nutrió del humus del ego para expresar lamentaciones sino un verbo que se haga místico con la sola contemplación de la felicidad posible. Dicha felicidad es celebrar la vida en cada una de las estaciones del espíritu: asombro, confianza, empatía y gratitud. El sol que reina en cada una de ellas es el eterno Amor.


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