Su vida era demasiado cómoda. Jamás había vivido una
preocupación importante pero de igual modo se quejaba.
No aceptaba el paso de los años- aunque tenía todas las
primaveras- y la insatisfacción así
creció dentro de ella. Rodeada de amor, era incapaz de verlo y mucho menos de
darlo. Pero algo cambió substancialmente en su corazón porque necesitaba esa
prueba.
Reunió a sus hijos pequeños para armar el portal de Belén y
cantando villancicos, cada uno fue colocando las figuras que por cierto, eran
de colección. Pero ella no les miraba a los ojos, tan llenos de emotividad y de
alegría. Había ejercitado el arte de ignorar lo esencial.
Como era muy
perfeccionista, revisó luego cada detalle de los arreglos navideños en la mesa de invitados. Bañó y vistió a sus
hijos y posteriormente dedicó un tiempo
largo a su persona.
Marta no podía pasar por alto ningún error en su vida
almidonada, ficticia, vacía. Si había algo fuera de lugar la desconcertaba
hasta perder todos los nervios. Su marido que la amaba, le tenía mucha
paciencia.
Llegaron los familiares y se dispusieron a cenar. De pronto
sonó el timbre.
Marta se levantó y fue a la puerta. Una mujer de aspecto
descuidado y mucha tristeza le pidió si le podía dar algo para comer. Vivía en
el banco de una plaza. Era la loca de las palomas, como la llamaban algunos
despiadados. Había en su mirada una luz que Marta jamás había visto antes.
Incómoda de la situación, le cerró temporalmente la puerta dejándola en el frio
del invierno y e improvisó una bolsa con alimentos para darle. Mientras tanto,
miraba a los comensales y sentía vergüenza de interrumpir así la velada de Navidad.
-¡Gracias, señora! Les deseo que Jesús nazca hoy en esta
casa, dijo la mujer.
-Bien, de nada y suerte, dijo con frialdad Marta cerrando la
puerta.
Volvió a la mesa y a seguir con el festejo, sin embargo algo
la inquietaba. Comenzó a tener frío y no cesaba de mirar por la ventana. Allí a
lo lejos se divisaba la plaza e iluminado de forma especial un banco vacío la
llamaba. Sin dudarlo, se abrigó y salió a buscarla. Le ofreció que fuera a su
casa, a disfrutar del calor de una
chimenea, a tener la ocasión de vivir una noche de Navidad diferente. La mujer
de las palomas aceptó encantada.
Marta sintió por fin
que su alma se llenaba de amor. Y lloró. La plaza era bellísima con el reflejo
de las luces de todas las casas alrededor. Y las palomas simbolizaron las plegarias que ella jamás supo regalar a
Dios.
En aquel portal de figuras renacentistas, ahora como hogar, el Niño había sido acogido finalmente para nacer.
Muchas veces creemos que la navidad es solo para disfrutar con los mas allegados, nos olvidamos por completo de los desprotegidos, nos olvidamos que también cuentan un gran abrazo
ResponderEliminarGracias Carlos Alberto por venir a estos espacios y por tus acertadas palabras!
ResponderEliminarNo hay Navidad sin generosidad, porque ése es su significado.
Abrazos.
Tengo problems para dejar mensajes en otros blogs como el tuyo y el de Eratalia. Espero poder solucionarlo!