Sueño multitudes donde me hablan en diferentes lenguas y yo
las entiendo.
No he podido dominarlas todas porque Islandia está demasiado
lejana y el origen de las kenningar sólo lo leí
en los libros de Borges. Pero cuando veo el cielo de mi isla, encuentro
el sentido profundo de aquel “ camino de
las gaviotas”.
Entre nubes y sonidos oníricos, crecen juntos en balcones
abiertos los claveles rojos y los
tulipanes y se saludan en japonés las palomas de la plaza de Moscú. Los
pescadores de toda la costa americana, de norte a sur, regalan peces al mundo de las sedas y también
del hambre. Todo el Ganges lo agradece y ahora es azul.
Remontan cometas de alegría las tribus multicolores de
África para crear soles en los glaciares de Groenlandia. Un tango dialoga con
un fado y hastiados de melancolía deciden tocar un vals en Austria. Los
pintores de Montmartre los retratan.
Y todo es paz en el lenguaje del amor, sin diferencias. La palabra unida al corazón y el
corazón unido al gesto. En Roma, un Peregrino con las sandalias de Jesús abre
las puertas del alma.
¡No quiero despertar! El sueño es tan real como la sed de
ver a un mundo justo y sin metrallas.
Antes de sentir en mis ojos la tibieza del amanecer, antes que el estruendo de más guerras sacudan mis entrañas, aprenderé a comunicarme
con ellos, a ser escucha, pan y tienda. Y me despertaré libre de todo prejuicio y más
humana, siendo flor del aire.
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