De vez en cuando las estrellas me hacen un guiño y yo,
encantada, las sigo. Coincide con algún tramo de mí misma que me niego a
transitar por miedo o por dolor. Y ellas, tan brillantes en bondad, me arropan
como hermanas que son. Fuentes de Luz bendiciendo nuestras huellas, aquí y en
la eternidad.
Estos candiles de risueña plata me ayudaron a confeccionar
mi manta india. Así me siento: con colores de tierra y de rocío en mi alma, unida
desde mis gorjeos al canto de una cascada, donde las aguas entonan mi amor por
el universo.
En el centro he puesto a mi corazón junto a estas palabras:”
Me amo y me perdono. Doy amor y recibo
amor. Estoy a salvo”. Y alrededor formando un círculo, las instantáneas más
maravillosas de mi vida.
Una abuela de mar, de pino y de violetas-libre golondrina
amando la vida-, enseñándome a llevar con dignidad su mismo nombre. Otra
abuela, con acento asturiano, tejiendo cuentos con mimos para mis sueños. Unos
padres que son ángeles, guiando mis primeros pasos al saber y al conocimiento
pero sobre todas las cosas, mostrándome un rostro de Dios con la bondad
inalterable de sus obras. Cinco hermanos- constelación de unión- y la promesa
de estar en las tormentas y en la calma. Cada uno, portando diferentes brillos:
la prudencia, el entusiasmo, la intuición, la compasión y la alegría. Mis
amados hijos, formando conmigo un sólo lazo de amor en arcoíris. Maternidad que
abrió las puertas al dar incondicional, a los desvelos más significativos y que
escribió en mi vientre la palabra ternura, para que naden felices en ella y a
su vez, al crecer, la transmitan al mundo. Por tanto, no excluiré ese sí del
altar en una noche de verano, porque si bien no fue duradero, trajo a mi
vida estos dos soles y estos paisajes de luna y lava donde me inspiro.
Amistades cómplices en intercambio de sonrisas y confesiones, que me ayudaron a labrar el ser y a
conocerme. Energía divina- júbilo al sentirla- en la sanación a través de las
manos. Indescriptible felicidad en la armonía conmigo misma, siendo a su vez
puente anónimo entre la Luz y los demás.
Y finalmente, el ideal de amor que busqué - como se busca al
Santo Grial- y anhelé hallar en un compañero con el que pudiera evolucionar transitando un camino de mutuo aprendizaje,
desde el amar. No me he olvidado de ningún detalle: una rosa entregada al
amanecer, guardada e intacta entre las páginas de Calisto y Melibea. Unos
versos escritos y también tallados con la voz enamorada que son el recordatorio
de una felicidad que en alguna era me espera. El rojo atardecer de Marvao,
preámbulo del beso. Un te amo que se quedó anidado bajo el árbol de los
suspiros.
Con hilo de seda bordé cada uno de estos sagrados retazos y
en el dedal cayeron las lágrimas de los sueños incompletos
Las estrellas por un segundo
se apagaron para que pudiera ver en la
noche de mi transformación interior, ese río con luz de amor que fue uniendo mi
historia.
Mientras escribo sobre mi manta india, me cubro con ella- ya
somos inseparables- y vuela a los cielos en regia corte de mil
luciérnagas, mi Gratitud.
Quizás mañana parpadee para mí un lucero y venga el tiempo
de confeccionar otra manta. Esta vez con sus ojos y los míos en salmos de
unicidad profunda. Excelso sentir de inequívoca pertenencia.
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