Quisiera homenajear a un grupo musical especial: Bee Gees. Y en especial a Robin Gibb.
¡Gracias por tantos recuerdos! No hay palabras para tanta magia que siempre han transmitido en todas las canciones.
¡Canta libre ahora en el cielo, Robin!
Era simple, completo, abarcador. Sin ornamentos ni vanagloria. Era vital, era alimento, fuerza, bondad. Luminoso, sin distinción de razas, credos, dogmas. Sin máscaras ni miedos. Sin dudas, negligencias, omisión. Era acción, era la paz absoluta desde el silencio.
Estaba antes del génesis de los tiempos, en todo el aire de la Creación. Y ciegos, no lo veíamos por crear otros vocablos que enaltecen al yo: deseo, herida, apego, recuerdo, lágrima, soledad; guerras, poder, genocidios; egoísmo, control, endiosamiento; mezquindad, división, riquezas.
Estaba en el ser, en el alma , en su memoria. Era el Amor, sepultado por las sombras de nuestro propio e inútil ego. Amor que espera eternamente, ser al fin descubierto con el fin de que podamos Ser desde su Luz.
Asciendo con pasos decididos
a la colina de los renacimientos más sutiles. Acepto este desafío de
volverme nada. Caerán los velos que a un espejismo me atan. Hibernar y que me arropen los ojos del universo. Despojarme de los encajes del pasado, ilusorios atuendos donde relucen las quimeras. Detener los relojes nostálgicos que lloran, incansables, las horas de los besos muertos. Dormir sin soñar, que el corazón se cansa de esperas vanas. Ser una fina hebra que el silencio teje en el nido del tiempo nuevo. Ser hoja, gota de lluvia,
nieve. Mis súplicas en este estadio de lucidez tras los equívocos,
lejos del país donde mora el imperfecto barro. Anonimato del ser sin historia ni latidos con memoria. Respirar en mis venas, sólo
las rosas del amor incondicional. Perdón del alma a mi finitud. Y
quedarme dormida en esta noche larga de olvido de mí misma para
florecer, con el canto del ruiseñor que dulcemente me salva.
Calladas y trémulas quedaron las palabras de nuestro otoño de amor sobre un tiempo ahora helado y detenido.
¿Será benévolo ese viento
que un día avivó el fuego de nuestras voces y las ansias para no dejar
que las hojas donde el verbo tanto amó- antes del verbo, el alma- se
desvanezcan en ocres de sal y olvido? Arremolinadas a los pies de
un nogal donde sellamos una promesa de eternidad en el sentir, ahora las
hojas son rimas de transparentes lágrimas.
¿Cómo es posible esta lejanía, cuando antes se enlazaban nuestras almas como olas de un mismo mar? ¡Qué lacerante puede ser la
palabra, habiendo sido concebida en cielos de gaviotas, cuando se lee
ahora pálida y la nada la reviste! Dejé mi sangre en esas
hojas, amor. Dejé que en el pulso que guió mis primaveras, tuvieras la
veracidad de mis latidos, eternos y comprometidos a tus soles. Bebí con
absoluta inocencia tu dorado sentimiento de amor en versos de
golondrinas y lo hice mío. Caen tristes sobre el regazo
del nogal las ausencias de tu voz mientras mis ojos de bosques por ti
amanecidos, te siguen amando. Mientras mi alma sigue cautiva y rendida
al fulgor inagotable de tu palabra.