miércoles, septiembre 28, 2011
La niña y los caramelos de menta
-¿Para qué quiero tantos caramelos si no puedo compartirlos?, dijo la niña al árbol de sus confidencias.
-Entrégalos pero espera a que te los pidan, sin imponerlos, dijo el roble añejo. No es fácil, porque quieres endulzar la vida de tus amigos, ayudarlos, pero tendrás que saber esperar cada momento.
- A veces me pasa que vienen todos de golpe y me quedo sin ellos. Que no me preguntan si me queda alguno para mí. Simplemente, vienen y luego se van, dejándome muy triste.
-Esa es otra lección para aprender: que no tienes que darlos todos. Y tampoco resulta fácil, para corazones generosos, pero recuerda que el primer cuidado es hacia ti misma.
-Entonces, si no tuviera nada, no tendría problema alguno. ¡No me estaría preguntando todo el tiempo qué debo hacer con mis caramelos…!
-Pero es que nadie ha dicho que la vida fuera fácil, niña de los vientos. Se va aprendiendo, viviendo.
La amistad-la profunda y verdadera amistad- se comparte de manera equitativa. Si tú te comieras todos los caramelos, no tendrías a ningún amigo/a y sufrirías la soledad. Si los das todos y no te quedas con nada: ¿qué podrás dar cuando vengan los nuevos? ¿Cómo decirles que el sabor a menta es delicioso si los has probado primero? Tiene que haber armonía en el amor.
A solas, comenzarás a comerte algunos. Y descubrirás el todo: desde el envoltorio a luna, a verso llovido también, a universo hasta degustar cada partícula y conocerte. Puede que la menta te sepa muy fuerte al principio. Es natural, porque sus ingredientes son tus voces internas, también tus miedos.
Los caramelos son el tesoro de tu alma. Por eso los cuidas, por eso estás orgullosa de tenerlos. Si alguien viniera y te los arrebatara de golpe, te quedarías vacía e indefensa. Y eso robo a tu alma hubiera ocurrido por causa de tu propio descuido, por no darle el valor que le corresponde a tu ser. No es más generoso aquel que decide renunciar a su esencia. Más bien es un acto inmenso de desamor hacia su alma, su luz propia. Dios ha dado caramelos especiales a todos los seres de esta Tierra. Y de cada uno depende, el repartirlos bien o perderlos.
-¿Y qué pasaría si me quedo con ellos toda la vida y nadie los quiere?
-Si nadie los quisiera, es porque no te han conocido todavía y por tanto ignoran el beneficio de esa menta en sus corazones. Tiempo al tiempo. Aunque sé que si eso ocurriera- sería necio el ser humano al no advertir tu riqueza-vendría un ángel para comerlos contigo.
-¿Sabes, árbol de sabiduría? ¡Hoy más que nunca estoy saboreando el dulzor de tus caramelos de fresa! No sabía de la existencia de este tipo de caramelos ni tampoco me animaba a pedirte alguno. Pero la ocasión quiso que lo probara y así conocer tu infinito mundo, aprender de ti y del compartir vivencias. ¡Gracias, árbol de amistad duradera!
Amigo, Amiga,
Si vienes al parque y ves un árbol risueño, dile que te guíe hasta aquel tobogán de vida donde te esperaré para intercambiar caramelos.
Los tuyos y los míos, ambos espejos de nuestro mar.
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