Nunca pensé que hallaría otra alma similar a la mía, al
quedar extasiada como yo, ante los paisajes celtas. Aunque, desde entonces y sin tu canción de lavandas,
no he vuelto a descifrar el mensaje ulterior del verde y de las rocas. Pero no
me quejo. Es así como se vive un gran amor en esta tierra: intenso en todos sus matices, vital y sensible
a la vez porque llora, conmovido, ante la trascendental belleza. Y es obsequio absoluto de los mismos dioses que precisa
ser bien resguardado de la envidia de los otros.
Ningún atardecer fue tan inmensamente rojo como aquel donde
se tocaron nuestras auras. Ni este mar que sigue azul y que me trae, sin cesar
y sin buscarlo, la pleamar constante de tus ojos.
Éramos, en nuestros caminos solos antes del todo, dos
espíritus celtas. Pero se potenció el resplandor plateado de las albas al
amarnos, al buscarnos como aves que únicamente pueden vivir la libertad, si en
esos vuelos nuestros, las alas van juntas.
Nos convertimos en aire, en lumbres de la noche cual
luciérnagas, al susurrarle al amor y revestirnos de un destello en
transparencias.
Tus abrazos nobles, tatuados aún hoy en mi piel para
cubrirme de amor y protección frente a
los lobos. Caricias de fuego y agua. Tus manos como nidos de luz que sigo
amando. Misterio infinito en la fuente de nuestros labios. Delicias de silencios
recitados en el iris de las complicidades.
Dejamos pasos sobre la hierba de los sueños, buscando un
vértice en el tiempo que nos apartara del mundo para seguir creando con la
música del corazón, nuevas auroras. Tuvimos coraje en precipicios, en aludes
que hablaban de imposibles tras las oscuras lunas. Pero la fuerza del latir
hizo el milagro de avanzar en la profundidad y rescatar la esencia de sabernos
uno, en ese entonces sublime de
fragancias, en este ahora de probada valentía y en la eternidad.
Ya pueden marcharse los otoños y caer en lágrimas las hojas,
pero jamás perece la memoria del amar en el corazón, habiendo amado tanto. No sé ni quiero despedirte en mí porque
entonces, moriría también mi verso, morada de sal donde intacto está tu nombre.
He puesto mi tienda de campaña en una estrella. Es mi sitio
celta preferido para proseguir con mis ilusiones serenas y mis pasos de
esperanza. Desde allí, en oración de amor eterno, sigo celebrando la alegría de
tus latidos, aunque estén lejanos. Desde allí, intuyo tu voz de sauce azul y te bendigo.
Amar también se escribe con el vocablo gratitud.
Carmela Viñas
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