¿Pensó la rosa en su finitud
que el brillo que el alba dibujaba,
eran los ojos de su ángel
que la contemplaba?
No es Rosa sin aurora,
sin una mirada de cielo bendecido
para ser, junto a él, rescatada.
No es Ángel sin la rosa
donde unidos, prodigan la ternura
en el mundo, confiscada.
Rocío de besos celestiales,
-triunfantes, victoriosos-,
frente a la posesión
al deseo que quema y arde,
a las cadenas que no dejan ser.
Es la única caricia,
la más sagrada e intensa
que el mar-amar a ellos, puede ofrecerles.
Y no lloran ante el destiempo
de las eras que separaron sus orillas.
Son valientes.
Aceptan el maná de cada instante.
¡Y se abrazan con la luz de las miradas!