viernes, julio 06, 2018

Sauce azul






Nunca pensé que hallaría otra alma similar a la mía, al quedar extasiada como yo, ante los paisajes celtas.  Aunque, desde entonces y sin tu canción de lavandas, no he vuelto a descifrar el mensaje ulterior del verde y de las rocas. Pero no me quejo. Es así como se vive un gran amor en esta tierra:  intenso en todos sus matices, vital y sensible a la vez porque llora, conmovido, ante la trascendental belleza. Y  es obsequio absoluto de los mismos dioses que precisa ser bien resguardado de la envidia de los otros.

Ningún atardecer fue tan inmensamente rojo como aquel donde se tocaron nuestras auras. Ni este mar que sigue azul y que me trae, sin cesar y sin buscarlo, la pleamar constante de tus ojos.

Éramos, en nuestros caminos solos antes del todo, dos espíritus celtas. Pero se potenció el resplandor plateado de las albas al amarnos, al buscarnos como aves que únicamente pueden vivir la libertad, si en esos vuelos nuestros, las alas van juntas.

Nos convertimos en aire, en lumbres de la noche cual luciérnagas, al susurrarle al amor y revestirnos de un destello en transparencias.

Tus abrazos nobles, tatuados aún hoy en mi piel para cubrirme de amor y  protección frente a los lobos. Caricias de fuego y agua. Tus manos como nidos de luz que sigo amando. Misterio infinito en la fuente de nuestros labios. Delicias de silencios recitados en el iris de las complicidades.

Dejamos pasos sobre la hierba de los sueños, buscando un vértice en el tiempo que nos apartara del mundo para seguir creando con la música del corazón, nuevas auroras. Tuvimos coraje en precipicios, en aludes que hablaban de imposibles tras las oscuras lunas. Pero la fuerza del latir hizo el milagro de avanzar en la profundidad y rescatar la esencia de sabernos uno,  en ese entonces sublime de fragancias, en este ahora de probada valentía y en la eternidad.

Ya pueden marcharse los otoños y caer en lágrimas las hojas, pero jamás perece la memoria del amar en el corazón, habiendo amado tanto.  No sé ni quiero despedirte en mí porque entonces, moriría también mi verso, morada de sal donde intacto está tu nombre.

He puesto mi tienda de campaña en una estrella. Es mi sitio celta preferido para proseguir con mis ilusiones serenas y mis pasos de esperanza. Desde allí, en oración de amor eterno, sigo celebrando la alegría de tus latidos, aunque estén lejanos. Desde allí, intuyo tu voz de sauce  azul y te bendigo.

Amar también se escribe con el vocablo gratitud.

Carmela Viñas
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