sábado, abril 06, 2013

Una leyenda

Cuenta una leyenda que hubo una princesa de un reino sin nombre en la tierra pero sí en las constelaciones azules, que venció a los dragones de la tristeza inútil, ésos que fueron devorando poco a poco sus ancestros.

Había una cierta fatalidad en el destino de este linaje que ella supo ver por intuición. Nadie más la advertía excepto ella. Los veía deambular por los pasillos del castillo en continua queja por las circunstancias diarias que muchas veces, fueron generadas por ellos mismos pero no eran conscientes.

-¡Ay, nunca conoceré al amor! se lamentaba la hermana más pequeña, pero era fría con sus semejantes, altiva e inconformista. No abría su corazón a la magia de las posibilidades y los gavilanes pasaban de largo porque los sumía en una desazón con tanta negatividad. Murió sola.

-¡Ay, seré siempre pobre, siendo rey! clamaba su padre. Era tan ambicioso que las monedas de oro que poseía no le eran suficientes para comprar los demás reinos, aunque el suyo era luminoso, fértil y bendecido por la mano de Dios. Murió en la miseria.

-¡Ay, mi salud es tan débil que seguro moriré joven! decía la reina. Sin embargo gozaba de una belleza que contradecía ese mal que la aquejaba porque dormía como un ángel y podía disfrutar de los banquetes de la corte sin ninguna indigestión. Su médico particular elaboraba placebos para aliviar esa ansiedad. Enloqueció.

-¡Ay, el mundo se va a acabar!, gritaba a los cuatro vientos el adivino. Y llevaba a tal extremo su temor que los reyes y los nobles le creían y en cada noche la desesperación por una posible calamidad universal aumentaba. Un rayo lo mató.

En esta atmósfera de miedos, de pesimismo y de ceguera espiritual creció la princesa, pero fue sabia: no entró en ese juego de muerte en vida, de lamentos sin sentido.
Les habló del error de ver la vida como un drama pero no fue escuchada. La importancia de saber qué se desea , puesto que el universo lo trae triplicado.
Siendo fiel a la bendición divina de haber gozado de una vida sin penurias, tomó alguna de sus pertenencias y se marchó a otros reinos a devolver lo recibido.


Conocedora de plantas medicinales, sanó los cuerpos de lepra, sin contraer la enfermedad. La Luz la asistía. Amó sin límites, con canciones transformadoras que a las almas las convertía en girasol. Amiga de los niños, de los pájaros, de los ciervos e incluso de los lobos que la buscaban para oír la música de su corazón.


Nada temía, todo lo entregaba. No soñaba- alejada por fin toda expectación- en ser amada por alguien en particular porque ya era amada por la creación.El amor es mucho más que la proyección de dos, tan limitada. Esa es la clave de la felicidad, de la paz interior. Fluir sin esperar nada y apreciar cada hoja, cada gota de lluvia, cada sonrisa con ojos de asombro.

En el ocaso de sus años – fue longeva- desencarnó sin sufrimiento mientras dormía.
Había amado tanto que allí en lo alto, la esperaba el Amor.




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