viernes, julio 01, 2011

La magnitud del adiós...




(foto de Agustina Pintos)
Recuerdo de París, juntas




Eres responsable de tu rosa, le dijo el zorro al Principito”.
Saint- Exupéry
El Principito


París.
Entiendo que a Annette le gustara aquel sitio. La vista era imponente.
El frío cortaba algunas veces la respiración pero valía la pena ver la ciudad de la luz desde allí arriba.
-¿ Qué piensas ahora, Pierre? Te arrepientes de haber subido?
-En absoluto. Esto es indescriptible, pero hace bastante frío ya. ¿Volvemos?
-Aún no, pero si tú quieres, baja. ¡Me siento tan a gusto en este espacio intermedio!
-Annette, no te dejaré sola. Menos aún con todo lo que estás viviendo.
- Esta sensación de felicidad temporal no calma mi angustia, pero al menos me engaño pensando que sí.
-Sé del dolor que atraviesa ahora a tu corazón como una daga, Annette. Tienes que ser fuerte y superarlo.
-Pierre, ¿por qué nadie ha escrito sobre la responsabilidad en el adiós?. No sé, ¡es que es tan relevante!
Cuando amamos, pasamos a formar parte del tejido ontológico del otro, se produce la simbiosis. El intercambio es tan vital y profundo que hasta las frecuencias de los latidos son las mismas. Voz, ojos, texturas, aromas, formas se tornan de una belleza casi sublime cuando se ama y se es amado. El vínculo es azul.
Mantener vivo el amor es responsabilidad de dos. Y cuando el adiós irrumpe, sea por la razón que sea, no cesa la responsabilidad de Estar hasta que el otro vuelva a ser el mismo en seguridad y en entereza. El abandono en esta etapa final, es causa de locura en muchos casos.

-De modo que dices que no sólo cuenta el amar bien sino el saber despedir bien, dado el caso.
-Exacto, mon ami. Creo que no existe el desamor. Ya sea si somos despedidos o despedimos, se sigue amando…! A veces, por cuestiones del destino, tenemos que afrontar una separación o silencios, y tales decisiones son tremendamente dolorosas.No hay adioses sino postergaciones del amor, a la espera de momentos idóneos para su realización. Y puede que en miles de vidas, no se dé la ocasión de manifestarse plenamente pero si es verdadero, si es como lo vive el latido al pronunciar su nombre, al recordarlo incesantemente, la vida se encargará de traerlo a nuestra orilla. El tema pasa por saber esperar.


Y esperar es no rendirse a la magia de las cosas, pese al vacío de la ausencia, pese al aparente olvido. Esperar es desoír a la lánguida melancolía e impedir que triunfe cuando se llora sobre las piedras, sin azul, sin horizonte, sin fuerzas. Es aceptar lo que no puede ser en el presente, sin dejar de implorar para que sea en el futuro. Esperar es amar quizás más, teniendo como testigo al confidente silencio.

Este lugar aplaca mi pena. Pero vete, que hace frío. Seguro que las estrellas de esta noche huérfana de luna quieren decirme algo…
-Como quieras, Annette. Sabes que soy tu amigo y te quiero. No me es indiferente tu dolor. ¿Mañana me llamarás?
-Puede ser.
-Hasta mañana, entonces.
-Sé feliz, amigo mío.


Annette respiró hondamente y se acercó poco a poco al límite entre la estructura metálica y el aire. Puso sus manos cruzadas en el pecho, como señal de cuidar el cofre de sus sentimientos y allí se detuvo. No avanzó al vacío. Venció a la desesperación, porque supo en aquel instante que seguía siendo bien amada y cuánto a la vez, lo amaba.
Única razón, para continuar viviendo.
 

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